EL PRESBITERO FRANCISCO VALENZUELA
SU ESPLENDIDA ACTUACIÓN EN LA CIUDAD DE
GUANARE (1729-1748).__
CONSTRUCCIÓN DEL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE
COROMOTO; EN LA ACTUALIDAD: BASÍLICA-CATEDRAL “NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO;
SANTUARIO NACIONAL DE LA SANTÍSIMA VIRGEN HASTA EL AÑO DE 1996
EL PADRE FRANCISCO VALENZUELA EN GUANARE.__
CONSTRUYE EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO
Entre todos los sacerdotes que han
administrado la parroquia de Guanare, tal vez ninguno como el Padre don
Francisco Valenzuela se hizo acreedor del agradecimiento de Guanare, por ser él
quien, a trueque de grandes trabajos y sacrificios levantó el templo parroquial
de esta ciudad y lo dotó de los enseres que necesitaba.
Regentaba el Padre Valenzuela el curato
de Acarigua, y habiendo, por concurso de oposición, obteniendo el de Guanare,
tomó posesión de su nuevo cargo el Martes Santo del año 1729 y lo desempeño
hasta el 13 de noviembre de 1749, ocupándose con gran celo y abnegación de los
múltiples intereses de su parroquia.
Para comprender mejor la actuación del
Padre Valenzuela, es preciso hacerse idea cabal del estado real de la parroquia
de Guanare cuando él la recibió. Para entonces no había iglesia parroquial; al
mudar el asiento de la ciudad para el sitio que hoy ocupa, ya muy entrada la
segunda mitad del siglo XVII, los oficios parroquiales se celebraban en
construcciones de palma que servían de iglesia provisional.
“Desde que se había mudado la ciudad
__dice el mismo Padre Valenzuela__, la iglesia había andado de pajar en pajar;
una la consumía el tiempo, otra el fuego; tal fue el caso de la última, que por
ser de palma se quemó totalmente en 1708; desde entonces la capilla del
Hospital sirvió de parroquia por varios años (1).
En 1710, bajo el curato de don Leonardo
Reinoso, se iniciaron los trabajos de construcción de la nueva parroquial, y a
poco, en 1714, el Capitán Rafael Antonio de Vera, Alcalde de Guanare, movido
por tierra y filial devoción a la Virgen Madre de Dios, tomó a su cargo la
recolección de limosnas y la dirección de la obra, asumiendo la responsabilidad
de las múltiples atenciones que ocasionaba esta empresa.
El celoso Alcalde recogió alrededor de
1.300 pesos en menos de un año, suma considerable para aquella época. Antonio
de Vera se ocupó todo el año de 1714 en el corte y preparación de las maderas,
que sacó de la selva de San José; pero el 18 de diciembre de este mismo año la
muerte lo arrebató repentinamente de este mundo, dejando su obra apenas
iniciada.
De la cuenta presentada por la señora e
hija del difunto aparece que, además de la suma recogida, el Alcalde había
también invertido en la construcción del templo 1.300 pesos de su peculio
particular.
A pesar de todo, los trabajos estaban
aún muy atrasados, y el Obispo Fray Francisco del Rincón, en su visita Pastoral
de 1715, alienta la obra emprendida, pero todo iba con una lentitud asombrosa.
No comprendemos cómo el Padre Leonardo
Reinoso, cura de Guanare desde 1683 hasta el 11 de octubre de 1728, es decir
por espacio de cuarenta y cinco años, no activó la construcción del Santuario
de Nuestra Señora de Coromoto.
Es cierto que este sacerdote construyó a
su costo el hospital y capilla adyacente, que observó siempre conducta correcta
y que su piedad fue sincera, pues atendió debidamente a su feligresía; pero lo
que es también que al morir dejaba en hacienda y otros bienes un capital de
93.956 pesos y cuatro reales, mientras, triste es decirlo, la iglesia en
construcción apenas salía de sus cimientos con trozos de pared.
La Iglesia es la esposa de un sacerdote,
y a ella debe consagrar sus afanes y dedicarle los bienes que no necesita para
su decorosa manutención.
Puede objetarse que desde 1715 estuvo el
Padre Reinoso (2) descargado de la mayordomía, y que así estaba desligado del
compromiso de atender a los trabajos; pero en vez de atesorar bienes caducos,
que sólo sirven de estorbo a la obra espiritual del sacerdote, mejor los
hubiera empleado en levantar a la excelsa Madre de Dios un templo digno de Ella
y de Guanare.
El Padre Valenzuela, viendo el culto
grande que en Venezuela se profesaba a la Santísima Virgen de Coromoto y el
estado de los trabajos de la iglesia, resolvió terminar pronto la obra
emprendida.
Para tener libertad de acción, en un
viaje a Caracas se hizo nombrar por el Obispo don Félix Valverde, Mayordomo de
la Fábrica de la Iglesia y de la Cofradía de Nuestra Señora de Coromoto, ambas
unidas en 1715 por el Obispo Francisco del Rincón, y de las rentas del
Hospital.
Sin demora puso el Padre Valenzuela
manos a la obra. Desde 1710, el maestro albañil Pedro Ribero había trabajado
con intermitencia en la iglesia, pero sólo un obrero era insuficiente para una
empresa de tan amplias proporciones. Personalmente, el Padre Valenzuela pasó a
San Carlos, Barquisimeto y Tocuyo en busca de operarios competentes; de la
primera ciudad trajo a Pedro Francisco de Cárdenas, hábil maestro de
carpintería, quien, con otros dos oficiales, colocó los techos de la iglesia, y
del Tocuyo, a Juan Agustín Veintimillas, albañil de reconocida competencia;
desechó las pilastras de madera que tenía ya cortadas y dispuso poner arquería
de cal y canto. Organizó horno en el río Ano, para proveerse de cal, y otro en
las vecindades de la ciudad para ladrillos y tejas.
Personalmente dirigía el trabajo del
horno trabajando con equipos de esclavos y de hombres libres, quienes por turno
le ayudaban en tan ardua labor. El Padre daba a todos la comida, que preparaban
gratuitamente unas mujeres. Con la ayuda de todos, en cajones, parihuelas y
carros, el pueblo cargaba los materiales de la iglesia, viéndose al mismo Padre
en medio de sus feligreses llevar al hombro su carga de materiales. De este
modo más de 30.000 tejas y un número grande de ladrillos, arena, etc., fueron
alistados para los trabajos.
Para que se conozca mejor el espíritu
emprendedor y abnegado del Padre Valenzuela, agregaremos que para preparar toda
la ladera para el techo interior del templo, puertas, bancas, etc.,
aprovechando el tiempo favorable de un verano, con un equipo de 18 vecinos
designados por los Alcaldes, a los cuales se sumaron grupos de voluntarios, se
internó por largos días en la selva de Aguadulce para cortar madera, y en la
selva de Portachuelo sostuvo también otro equipo de 30 ó 40 hombres dedicados
al mismo trabajo. Guanare, en medida de sus posibilidades, cooperó a la obra
emprendida por su digno párroco.
También un grupo importante de personas
notables prestó su ayuda personal al venerable sacerdote; en primera fila se
destacó principalmente el Capitán don Nicolás de Henríquez y también los
señores Juan Pablo Guerrero, Juan Francisco de Zúñiga, Juan Esteban de Trejo y
Juan Sánchez de Parada.
Terminadas las paredes y techo, el Padre
Valenzuela trabajó en el adorno y ornamentación de la iglesia. El púlpito (3),
obra de talla del estilo del retablo, fue construido por Gerónimo Carrero en
1731-1734, por la suma de 242 pesos.
El Retablo Colonial de Guanare
El trabajo artístico más importante y de
mayor mérito del Santuario de Nuestra Señora de Coromoto es, sin duda alguna,
su grandioso retablo, situado detrás del altar mayor y que constituye una
valiosa y riquísima obra del arte barroco colonial, de estilo churrigueresco,
probablemente la mejor de esta índole existente en toda la República de
Venezuela.
Este trabajo fue realizado en la misma
ciudad de Guanare por el hábil tallista Pantaleón José Quiñones de Lara. La
concepción genial del proyecto y luego su perfecta ejecución revelan las
extraordinarias dotes artísticas de este humilde obrero colonial, cuyo recuerdo
nos ha sido grato sacar del pozo del olvido y cuyo nombre merece figurar con
honor en la primera fila de los escultores venezolanos, porque es justicia que
la posteridad honre la memoria y guarde perenne recuerdo de aquellos
meritísimos obreros del arte vernáculo colonial, que contribuyeron a la
creación del alma nacional venezolana, porque tan acreedores a la gratitud de
la posteridad son aquellos que, como el Padre Francisco Valenzuela, Pantaleón
José Quiñones de Lara y otros más, crearon con su abnegación y su trabajo el
arte de la Venezuela colonial, como los paladines que con su sangre generosa le
dieron libertad.
El Padre Valenzuela asumió los gastos
del sostenimiento y manutención del artista Quiñones de Lara y de sus
ayudantes, así como también los gastos del material de la obra. Hay
constancia de que en pago de su trabajo personal le entregó la cantidad de
2.000 pesos. No sabemos cuánto tiempo el señor Quiñones de Lara empleó en esta
obra y son pocos los datos acerca de su personalidad y origen (4). La parte
superior del retablo lleva grabada la fecha 1739 que fue probablemente en el
año que se terminó el trabajo.
Quiso el Padre Valenzuela que una obra
tan excelente fuera dorada con bruñido de oro verdadero. Al efecto compró 600
libritos de oro que le costaron 275 pesos, y luego, después de un ensayo con
unos obreros que le hicieron perder, por incompetentes, tiempo y oro, trajo de
los valles de Aragua, donde se hallaba a la sazón, el dorador Romualdo Antonio
Vélez, quien se hizo cargo de todo el trabajo por la cantidad de 1.200 pesos,
que le fue entregada en 1742, dándole además el Padre todos los
materiales, desde el oro hasta la cola, incluso los gastos de comida y ropa
limpia, y esto durante los dieciséis meses que duró el trabajo del dorado.
No es grato anotar aquí que en 1939, al
cumplirse dos siglos de la terminación de este retablo, por disposición del
reverendo Padre Remigio Alarcia, C.M., fue retocado por el decorador señor Luis
Peña Negri, quien arregló las piezas dañadas e hizo las que el tiempo y
descuido de los curas habían dejado perecer, y después de rascar la pintura al
óleo con que el más gusto de varios párrocos habían dañado el primitivo dorado,
devolvió a esta joya del arte vernáculo parte de su primer esplendor. Por el
libro de cuentas, entradas y salidas, del Padre Valenzuela (que hallamos en los
archivos de Caracas), o de cargos y descargos, según expresión de aquel tiempo,
la cantidad total gastada en el retablo fue aproximadamente de unos 4.000
pesos. Tanto esta suma como las demás que empleó el Padre Valenzuela en la
iglesia de Guanare provenían de los bienes de la Cofradía de Nuestra Señora de
Coromoto y de la mayordomía de la iglesia, ambas unidas; a los primeros
contribuían las dádivas y ofrendas de los fieles y devotos de Nuestra Señora, y
a los segundos, los derechos arancelarios. A este mismo fin vendió el Padre
Valenzuela un lote de 80 mulas que poseía, siendo notar que en aquel entonces
Guanare era el primer criadero de mulas de Venezuela y de América.
“Hay grandes crías de yeguas que les
producen __decía en 1746 el cronista don Joseph Luis de Cisneros__ muchas
mulas, y conocí un vecino que en un año cogió 200 mulas; de 100 y 80 cada uno
hay muchos” (5).
El Órgano Colonial de la
Parroquia de Guanare
Para el realce de las ceremonias
religiosas, el Padre Francisco Valenzuela adquirió también un buen órgano, que
costó 1.200 pesos. Las condiciones excepcionales del mismo, su tamaño y
sonoridad, hicieron decir más tarde al Obispo Mariano Martí: “La iglesia de
Guanare está aseada y tiene el mayor órgano que hemos oído en esta provincia,
fuera de Caracas.”
Sufrimientos y muerte del Padre
Francisco Valenzuela
A grandes rasgos hemos perfilado la
abnegada y eficiente actuación del Padre Valenzuela y su constante consagración
al Santuario de Nuestra Señora de Coromoto, que levantó a la altura a que
estaba destinado. Sin embargo, a tanta virtud y abnegación y a tan pulcra y esplendida
administración no faltaron la cicuta del vituperio y la ponzoña de la
ingratitud, que vinieron a amargar sus últimos años. En breves palabras,
digamos lo que sucedió:
En 1733 el Obispo don Félix de Valverde
autorizo al Padre Francisco Valenzuela para hacerse cargo de la mayordomía de
la iglesia y de las novenas del hospital con el fin de aplicar todas sus
entradas a la construcción de la iglesia, de urgente necesidad, y ya conocemos
el recto empleo que hizo el Padre Valenzuela de todos los fondos que manejó.
A fines de 1745 llegó a Guanare el
doctor Carlos de Herrera en calidad de Visitador General, delegado a este fin
por el ilustrísimo señor Obispo don Juan García Abadiano; uno de los fines de
la visita era la escrupulosa revisión de cuentas, entradas y salidas de todos
los fondos de la parroquia desde la última visita eclesiástica, que había sido
la del doctor Juan Pérez Hurtado de Mendoza efectuada en 1729. Puede uno pensar
en las dificultades que puede ofrecer la revisión de cuentas de diecisiete años
de vida parroquial.
Con el fin de poder realizar su cometido
a cabalidad, el doctor Herrera, desde San Carlos, se dirigió al Capitán General
pidiéndole nombrara perito y testigos para la revisión de cuentas de la
mayordomía de la fábrica de la Iglesia de Guanare.
El Capitán General, don Gabriel Joseph
de Zuloaga, por auto del 16 de noviembre de 1745, nombrada a don Manuel López
de Espronceda, Teniente y Justicia Mayor de Guanare, como perito testigo de la
revisión; el Alcalde, Joseph de Mendoza, actuó también en calidad de perito
competente. De esta suerte fue revisada la actuación de la mayordomía de
1729 a 1733, a cargo de Antonio de Burgos, y de 1733 a 1746 a cargo del Padre
Francisco de Valenzuela, quien había ejercido el cargo por convenio con el
Obispo don Félix Valverde.
Como el Padre Valenzuela había hecho
varios pagos a los obreros y empresarios sin exigir recibo correspondiente y
como no hubiese anotado algunas otras partidas, hubo quien propalara la especie
de maniobras oscuras y culpables, lo que, llegado a oídos del digno
sacerdote, fue para él causa de inmenso pesar; pero habiendo citado a declarar
testigos, no solamente probó su pulcritud, sino que se evidenció que el Rdo.
Padre había invertido en la iglesia sus humildes haberes. Apareció que de los 20.605
pesos 3 reales y medio sólo había recibido de las rentas y entradas de la
iglesia la cantidad de 17.461 pesos, 5 reales, 28 maravedíes. La diferencia, o
sea, la cantidad de 3.121 pesos, 1 real, 6 maravedíes, eran de su peculio
particular y de las rentas del Hospital, aplicadas a la iglesia.
El resultado de la supervisión de
cuentas fue llevado al tribunal eclesiástico de Caracas y revisado nuevamente
allí por los peritos y liquidadores Juan Benito Romero y Vicente Tejera de la
Motta, quienes dieron su informe el 10 de enero de 1749; intervino también en
el asunto el Promotor fiscal y defensor de Obras Pías; y el doctor Pedro
Thamarón, Maestro Escuela, Déan de la iglesia catedral y Vicario General del
Obispado (sede vacante) dio fallo definitivo en este asunto, reconociendo que
la fábrica de la iglesia parroquial de Guanare y la Cofradía de Nuestra Señora
de Coromoto debían al Padre Valenzuela la cantidad de 3.121 pesos, 1real y 6
maravedíes. Además, gran parte de esa suma pertenecía a las rentas del Hospital,
al cual debía reintegrarse, de modo que el Reverendo Padre Valenzuela, después
de largos años de regentar la parroquia de Guanare, quedaba pobre y sin
recursos, pero la satisfacción de haber trabajado con amor y desinterés (6)
para la Santísima Virgen de Coromoto, cuya iglesia, a excepción de la torre que
se levantó más tarde, había tenido el gusto de construir.
El Licenciado Francisco Valenzuela
desempeño el curato de Guanare hasta el 13 de noviembre de 1748; vivió algunos
años más, y consumido por el trabajo y consunción, murió pobre, porque todo lo
había dedicado a la Iglesia. Su memoria no debe desaparecer de Guanare.
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(1) El Obispo Fray
Francisco del Rincón en su acto de visita del 16 de abril de 1715, dice:
“Visitamos la iglesia y sitio del Hospital donde no hallamos existentes ni
fabricados más que su iglesia y una pequeña sacristía que hoy sirve de iglesia
parroquial donde está colocado el Santísimo Sacramento del Altar y la milagrosa
Imagen de Nuestra Señora de Coromoto.”
(2) El Padre Leonardo
Reinoso fue el mayordomo de la Fábrica desde 1702 hasta 1715 y Cura de Guanare
desde 1683 hasta el 11 de octubre de 1728. Durante el tiempo que ejerció la
mayordomía de la iglesia, está estaba separada de la de Nuestra Señora de
Coromoto, que era la que aseguraba a la iglesia sus mayores rentas.
(3) Desgraciadamente
este pulpito fue reemplazado por el actual en la primera mitad del siglo
pasado; de él se tiene sólo parte del pie adaptado a una mesa redonda.
(4) Pantaleón Quiñones de Lara,
discípulo de los grandes creadores del arte churrigueresco español, en cuya
escuela adquirió competencia y habilidad. No sabemos cómo el Padre Valenzuela
logró contratar a tan eminente tallista, de fecunda imaginación. Después de
terminar la grandiosa obra del retablo, quedo residenciado en Guanare, de lo
cual hay constancia en un documento del juzgado eclesiástico del año 1745
(Archivos Parroquiales de Guanare).
(5) Esta anotación no es exagerada.
En una participación del Cabildo de Guanare al Capitán General, leemos: “Hubo
criador donde le nacieron en un solo año 250 mulas y se contaban muchos que
producían 150 mulas anuales.”
(6) Se conoce el amor y celo
cristiano caritativo que dicho Licenciado don Francisco Valenzuela tuvo en todo
el tiempo de su administración, ornato y aseo de dicha iglesia en nombre de
ésta y de la Serenísima y Celestial Imagen de Nuestra Señora de Coromoto y su
Señoría de su parte se le dan las gracias por tanta ocupación y a quien también
se le hará saber el auto que con su inserción para su efecto y lo que en él se
manda. (Del auto del Doctor don Pedro Thamarón, 22 de julio de 1749. Archivos
del Arzobispado.)